La bronca calaba hondo, me hervía la sangre
y solo había escuchado algunas líneas preliminares del relato, que una vez
finalizado solo me dejo con una duda, una mas que se sumaba a las que
comúnmente rigen nuestra vida… bueno, no la de todos, evidentemente la máxima
cartesiana de Descartes “dudo,
luego existo”, es extraña a los perros de estridentes ladridos.
¿Por qué me irritaban tanto las
apreciaciones sobre mi persona que había escuchado de terceros por boca de
cuartos?
Necesariamente la tendencia a agradar a
todos, o cuanto menos, a la mayor cantidad de personas, era algo que los años
de terapia no habían podido hacerme superar, y los conceptos, o mas irrisorio,
los pre-conceptos que algunos perros vomitaban de mi persona y/o acciones
molestaban y no tenia lógica… ¿o si?
Tal vez mi enojo encontraba su raíz en que
mí lógica no entendía el accionar, y la lógica de los perros, lo cual era una
acción perfectamente lógica (cuak!) tanto para mí como para un perro… ¿seria
capaz de pensar, siquiera, con lógica de perro y así comprender su accionar?
NO, claro que NO, los perros piensan como
tales y dentro de su lógica correr autos y ladrar a sus ruedas es lógico, tal
como creerse habidos de pronunciar estridentes ladridos de aquellos que no
conocen.
Actos de esta naturaleza nunca podrán ser
lógico para mí, porque no es mi naturaleza vomitar conceptos sin sentido ni
fundamentos, ergo, nunca los entenderé.
Dicen que no hay mala publicidad pero si
siempre escuchamos la historia a través de los ojos de Caperucita el honorable
Lobo siempre será el malo de la película.
Los estridentes ladridos se seguirán
escuchando y yo seguiré, gratamente, sin entenderlos… es por eso que frente a
los perros de estridentes ladridos no se puede mas que gritar:
¡¡¡Juira perro!!!